lunes, 7 de junio de 2010

Un gran fardo del tamaño justo y exacto de una persona

Debate: Imágenes sensoriales. Descripción de un objeto inanimado.

En una humilde tela de color blanco bastante raída, viene envuelto. Es un gran fardo, del tamaño justo y exacto de una persona. Pero que no contiene ya a una persona, porque ya no hay color de vida en esas sus carnes. Ya no brillan con chispitas sus ojos al contemplar el cielo azul, pues cerraron sus puertas y quedaron abiertos a lo desconocido. Ya no se agita su garganta al entonar el gorjeo de las risas: quedó muda, y muda permanecerá hasta que la rueda de su destino, según su karma, le haga cobrar vida en otro cuerpo. Ya no se oye la complicidad de sus confidencias cuando susurra sus silencios, algo truncó para siempre la placidez de esa dicha. Ni tan sólo el aire penetra ya en sus oídos y hace tañer el yunque con el estribo, transmitiendo los mensajes de otras voces amigas, compañeras de viaje. Se ha quedado completamente solo, ahora es un cuerpo solo, vacío de vida.
Después de ser transportado hasta la cima de un monte pelado, es depositado en el suelo y abandonado al regazo de las rocas por unos instantes. Tras tres días de velatorio, el cuerpo ahora está completamente frío. Y si no fuera eso bastante, ya perdió todo el calor que pudiera contener en el viaje ascendente hacia su calvario. Frío como un cuerpo arrojado a las nieves de la incomprensión.
En este instante, supura fluidos espesos y viscosos, que dejan unas manchas oscuras sobre la camisa del que lo vino transportando: la última huella que quedará de este cuerpo. Es el momento de preparar todo el ritual para el último viaje. Unos minutos en los que permanece retorcido y desmadejado, como un títere abandonado a la ligera en el cajón de algún comediante descuidado.
Mientras tanto, el sol le presta un poco de su tibieza, apiadado por la sempiterna estampa del vía crucis. Y el cuerpo vuelve a tomar entonces cierto calor. Esta vez, el efluvio exhalado del cuerpo, un hedor a muerte enmascarado en aceites y ungüentos en forma de sutiles partículas, asciende a los aires y busca el contacto con quienes han de dar fin a la tarea.
Tras unos minutos, el cuerpo es desprendido de su cáscara aprisionadora y expuesto sin pudor, en abierta lucha contra la decencia occidental, como fruta madura en el momento justo en que se está descomponiendo. Tal y como sería expuesto en el loco bazar de un demente.
Desde su posición fetal, se puede incluso adivinar cómo el púrpura intenso, como el profundo negro de la gruta de un lobo, hace alarde de su poderío y muestra sus territorios recién conquistados en el cuerpo. La lividez característica de este tránsito, compite a la par con tumefacciones escarlata, morados y hematomas.
La cara y el pelo delatan la edad avanzada del cuerpo: arrugas y canas, en un tropel desfigurado y grotesco, que ha poco que fueron facciones más afables. Los hombros y el torso, en contra de lo que cabría esperarse, todavía perviven al paso del tiempo y se muestran aún prominentes y carnosos, como si todavía pudiera incitar a los Hados a que se ceben con él, haciéndoles un último envite. La hinchazón que cubre la mayor parte de las extremidades inferiores delata una posible rotura de cadera en días recientes. Y los pies, que asoman bajo la brillante luz del sol, deformados por una vida hecha a fuerza de subir y bajar peñascos, recorrer veredas pedregosas, caminar sobre lasca y guijarros.
Unos minutos más, y el cuerpo es toscamente descuartizado. Y dejado al antojo de los buitres, los ángeles que danzan entre las nubes, que darán buena cuenta de él. Y con la carne se llevarán a los cielos el alma que habitó aquel cuerpo y que pronto migrará hacia otra forma de vida.

3/06/09 
 

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