miércoles, 9 de junio de 2010

Viaje. Trabajo Práctico nº 2

Debate: Trabajos Prácticos de Escritura Inicial (nº 1 y 2). Inventa una situación extraña, descomunal, extraordinaria, paranormal, fuera de lo común teniendo como referencia el grupo de “VIAJE”.


Todavía recuerdo con añoranza las vicisitudes de aquel viaje. Ocurrió durante la estación de los tránsitos de los mamuts. En la quinta luna desde la descomunal explosión del gran volcán.
Yo me encontraba acompañando a mis retoños en sus juegos, tras una extenuante jornada de caza. Su madre estaba junto al río, con las otras mujeres, limpiando de tripas las pieles que habíamos conseguido esa misma mañana.
Y entonces apareció ante nosotros el brujo, con sus pieles blancas y su tocado de plumas, acompañado de su cohorte de discípulos. De pronto, comenzó a farfullar con gutural sonido una retahíla de expresiones sin sentido, voces inconexas para mis oídos. Todo ello, como sumido en un profundo trance. La totalidad de su cuerpo le temblaba y era sostenido por dos de sus más fornidos secuaces. Tenía los ojos inyectados en sangre y vueltos hacia atrás. Por lo que la impresión fue grande nada más verlo. De su boca se escapaban unos espumarajos blancos, como baba de bisonte.
La escena tenía algo de irreal y terrible a la vez. Mis juguetones y traviesillos niños, consecuentemente, perdieron todo el interés por nuestros juegos y se concentraron en las progresiones del brujo, que ahora yacía en el suelo, como de pronto se levantaba y volvía a sus voces y espasmos.
Los acólitos eran los encargados de interpretar contorsiones y alaridos, y finalmente fueron deduciendo de toda esa suerte de señales que una plaga devastadora estaba a punto de asolar nuestra aldea. Según habían podido entender, un gran prodigio estaba en ciernes de cumplirse. Y eso contemplaba la necesidad de una exploración a tierras extrañas, jamás antes visitadas, para hallar un exorcismo.
No era necesario que tal profecía nos nombrase a los cazadores. Sabíamos que la tarea era una cuestión nuestra. Nosotros vigilábamos por la protección del clan y habíamos sido entrenados desde muy pequeños para hacer frente a estos lances. Por lo tanto, la idea de adentrarnos en espacios inexplorados, viéndonos perdidos del calor de los nuestros, de nuestras familias y de nuestros refugios, no era algo ajeno o desdeñado por nosotros.
Tras varias jornadas de viaje, cuando llegamos a las Tierras Altas, más allá del Valle de las Sombras, a través de un camino escarpado y peligroso (perdimos en este tramo a dos de nuestros mejores hombres), pudimos ver claramente la señal: una luz ondulante se esparcía en el interior de una profunda gruta y dejaba ver el resplandor desde el exterior. A medida que nos íbamos acercando, comprobamos que se trataba de una luz cálida, que pintaba de arrebol sus paredes. Prestos, nos dispusimos a adentrarnos al interior de la caverna, no sin tomar antes las debidas precauciones.
En el interior, un pequeño grupo de semejantes se disponían alrededor de la luz. Cuando se apercibieron de nuestra presencia, nos miraron minuciosamente y escrutaron nuestras intenciones. Viéndonos extrañados por el portento luminoso, como si un sol de pequeñas dimensiones se hubiese colado a través de la grieta de la sima, se fueron acercando a nosotros con una actitud simpática y alegre. También celebraban hallar a extranjeros y compartir experiencias.
Nos mostraron, ufanos, las obras que estaban realizando en el interior de la gruta. Se trataba de escenas de cazas, que pintaban con una arcilla oscura hecha de tierra y mezclada con diversos jugos. Y, finalmente, pasada por encima de lo que nos dijeron era “fuego”. Nosotros no habíamos visto antes ese fuego, sino al contemplar el astro luminoso del día. O acaso cuando el volcán soltaba sus escorias y lo inundaba todo de cenizas. Pero nunca lo habíamos tenido así de cerca. Y por supuesto, nunca lo habíamos usado para pintar en grutas. Nuestras chabolas las disponíamos en campo abierto, para estar siempre alerta al ataque de las fieras o agresores.
Antes de emprender la vuelta a nuestra aldea, decidí copiar en una piedra plana que arranqué de la ladera de la montaña, uno de los dibujos que habían dispuesto en las paredes. Elegí uno que representaba a un ciervo y su cría, porque me pareció una bonita estampa que mostrar a mi familia de lo que aquellos asombrosos hombres nos habían enseñado. Por supuesto, nos dieron un poco de aquel fuego y nos dijeron cómo mantenerlo vivo hasta que llegáramos a la aldea.
Al regresar de nuestro periplo, nuestras familias nos esperaban impacientes y, con el fuego en la aldea, cualquier sospecha del maleficio fue postergada al olvido más absoluto.

07/06/09

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