miércoles, 9 de junio de 2010

Este invierno. Trabajo Práctico nº 2

Debate: Trabajos Prácticos de Escritura Inicial (nº 1 y 2). Escribir un cuento breve, de no más de cuatro párrafos, basado en el invierno y las sensaciones que sentimos en esta estación.

Este invierno no me iba a coger por sorpresa. Ya estaba preparando todo en la casa para estar calentito. No me faltaba de nada. La estufa de aceite, la manta eléctrica para las piernas, que cuando escribo se me hielan y luego parezco Frankenstein en un concierto de rock cuando corro a abrirle a alguien la puerta, si llaman. El aguardiente, para calentar motores. Y litros y litros de caldo casero que recalentaría al microondas, según fuera necesitando. Tenía toda una semanita delante mía para recrearme escribiendo, un hobby que no abandono ni con la ayuda de profesionales.
Después del trabajo, viernes ya al fin, vuelvo a casa y recojo el correo. Al entrar, observo que en el suelo del jardín hay una fina capa de hielo. No me sirve nada haberla visto. Me hace resbalar y casi pierdo el equilibrio. ¡Por poco! “Este año, el invierno se adelanta unas semanas –había dicho la chica del tiempo-, así que estén preparados en sus casas. Y no salgan a no ser que sea absolutamente necesario. Las bajas temperaturas y la caída de nieve en forma de polvo, serán dominantes durantes los próximos siete días. ” Yo miro las nubes y amenazan con tormenta. Una me sonríe maliciosa y me grita: ¡Ugh! Es un trueno.
Con la cartera colgada encima, los bártulos del trabajo, el correo que acabo de recoger, las llaves de casa y mi pertinaz desgarbo, peleándome con el suelo resbaladizo, a duras penas logro entrar en casa. Suelto todo de golpe en el sofá y me dispongo a confortar mi ánimo con una sopa bien caliente. Cuando quiero prender la luz, pues ya no se ve casi nada, me doy cuenta que no enciende.
¡Me extraña! Miraré el automático. Ah, pues está todo bien. Bueno, me sentaré un ratito y espero a que vuelva la luz. Con este tiempo, es normal que las centrales eléctricas se colapsen. Uhm, leeré mientras el correo, justo al lado de la ventana, que todavía entra un poco de luz. El periódico… Bah, de ayer. ¿Y eso…? ¿Es que no ha llegado el de hoy? Mañana mismo estoy llamando a la editora ¡Me van a oír! Ja, esto sí que tiene gracia… ¡Me ha tocado un Ferrari! Otro Ferrari a la papelera… Este año ya van… cinco… o seis. Uf, “hablando del rey de Roma…” El recibo de la luz…: Sr. , bla… bla… bla…, por la presente le informamos que en los próximos días procederemos a cortar el suministro por impago.  

07/06/09

Infancia II. Trabajo Práctico nº 2

Debate: Trabajos Prácticos de Escritura Inicial (nº 1 y 2). Redactar una muy breve historia que tenga como protagonista al personaje del punto 1.d. 
 
Esa mañana llegaba de nuevo tarde al trabajo. No era raro en él. Su despertador seguía encaprichado (1) en darle mal las horas. Le había comprado una pila nueva, pero nada. Él, erre que erre. A las siete y cuarto le decía: ¡Ya es hora de levantarseeee! Y siempre le despertaba tarde.
- ¡A ver, reloj de los cojones, que es a las siete menos cuarto, y no a las siete y cuarto! - le había dicho ya multitud de veces. Pero nada. El gracioso reloj se reía de él y volvía a avisarlo cuando ya era tarde.
En el ascensor, una chica vestida enteramente de verde, se sube con él. Él la mira, primero sutilmente y luego, cuando observa que ella está como en sus cosas, descaradamente.
- ¡Ay, omá, (2) tanto verde y el conejo muerto de hambre …! - Le exclama instantes previos a bajarse del ascensor. Y se encamina, dando breves saltitos, hacia la puerta de su despacho.
 
Notas:
(1) Encaprichado: empeñarse en conseguir un capricho.
(2) Omá: forma coloquial andaluza de llamar a la madre. 

07/06/09 

Infancia. Trabajo Práctico nº 2



Debate: Trabajos Prácticos de Escritura Inicial (nº 1 y 2). Crear un personaje que pueda asociarse y adaptarse al grupo de “INFANCIA”, sin necesidad de ser éste, un niño.  


Sus ojos lo dicen todo. Muestran una pizca de ilusión y picardía, a la vez aderezada con una buena porción de inocencia y asombro. Esta curiosa mezcla se ve remarcada gracias a esa caída de párpados tan particular, el tipo de mirada que poseen los miopes y que los hace tan atractivos e interesantes. 
Sobre todo, no se le apaga el brillo de la ilusión, jamás lo descubrí con ese brillo ensombrecido. Tan sólo a veces, cuando los miedos, que todos tenemos en diversas ocasiones de la vida, le atenazaban y le hacían perder por momentos su estabilidad, parecía que el brillo y vivacidad de sus ojos se hubiera apagado. Pero volvía a restablecerse en minutos, horas o acaso en algún día. Volvía a resplandecer de nuevo, refulgente como siempre. Y así sigue. 
No es, por tanto, una persona proclive a la aflicción. Todos los días, se podría decir, que miraba el mundo con la misma intensidad, y todos los días le sacaba todo el jugo a sus vivencias y experiencias. Como si estuviese subido constantemente en un inacabable tobogán o como si estrenase un día tras otro día distintas pelotas de vivos colores. 
Las chispas de la picardía asomaban a sus córneas cuando componía un retruécano imposible a los que lo escuchábamos, encandilados con su gracejo, o cuando sugería chascarrillos moderadamente obscenos (otras veces, algo más subidos de tono), piezas todas ellas irremediables en nuestros encuentros amistosos. No obstante, seguía conservando una pátina de eterna inocencia, que es lo que no lo ha hecho crecer del todo, aunque haya traspasado ya hace tiempo la barrera de los cuarenta años. Más bien, se diría que él mismo no se deja crecer, cual Peter Pan redivivo, a fuerza de permanecer anclado en un perpetuo presente. 
Del mismo modo, mantiene todavía intacta la misma mirada de asombro que tenía a sus cuatro años, pues un día en su casa vi una foto suya con esa edad y es sorprendente cómo no le ha cambiado en nada. Pero que en nada. 
El carcajeo estentóreo también es característico de su persona. Una risa pletórica, como la de un niño descubriendo los placeres del simple reír por reír. Una risa con graves profundos, exhalada a pleno pulmón, sincera y arrogante. Es uno de sus grandes distintivos, y cuando la oímos a lo lejos, sabemos que ya viene cerca.
Con tales atributos, no es de extrañar que ande siempre buscando el cariño de los otros, la aceptación y la confirmación de que es alguien a quien poder amar. Su humor, su forma de mirar, de hablar y de comportarse no hacen otra cosa sino buscar la comprensión. Por eso es que sus gracias, que reparte como un párvulo los caramelos el día de su cumpleaños, arrebatan a quienes lo rodean. Nadie puede resistirse a la mirada y la risa franca de un niño, por muy crecidito que se nos aparezca.

07/06/09

Viaje. Trabajo Práctico nº 2

Debate: Trabajos Prácticos de Escritura Inicial (nº 1 y 2). Inventa una situación extraña, descomunal, extraordinaria, paranormal, fuera de lo común teniendo como referencia el grupo de “VIAJE”.


Todavía recuerdo con añoranza las vicisitudes de aquel viaje. Ocurrió durante la estación de los tránsitos de los mamuts. En la quinta luna desde la descomunal explosión del gran volcán.
Yo me encontraba acompañando a mis retoños en sus juegos, tras una extenuante jornada de caza. Su madre estaba junto al río, con las otras mujeres, limpiando de tripas las pieles que habíamos conseguido esa misma mañana.
Y entonces apareció ante nosotros el brujo, con sus pieles blancas y su tocado de plumas, acompañado de su cohorte de discípulos. De pronto, comenzó a farfullar con gutural sonido una retahíla de expresiones sin sentido, voces inconexas para mis oídos. Todo ello, como sumido en un profundo trance. La totalidad de su cuerpo le temblaba y era sostenido por dos de sus más fornidos secuaces. Tenía los ojos inyectados en sangre y vueltos hacia atrás. Por lo que la impresión fue grande nada más verlo. De su boca se escapaban unos espumarajos blancos, como baba de bisonte.
La escena tenía algo de irreal y terrible a la vez. Mis juguetones y traviesillos niños, consecuentemente, perdieron todo el interés por nuestros juegos y se concentraron en las progresiones del brujo, que ahora yacía en el suelo, como de pronto se levantaba y volvía a sus voces y espasmos.
Los acólitos eran los encargados de interpretar contorsiones y alaridos, y finalmente fueron deduciendo de toda esa suerte de señales que una plaga devastadora estaba a punto de asolar nuestra aldea. Según habían podido entender, un gran prodigio estaba en ciernes de cumplirse. Y eso contemplaba la necesidad de una exploración a tierras extrañas, jamás antes visitadas, para hallar un exorcismo.
No era necesario que tal profecía nos nombrase a los cazadores. Sabíamos que la tarea era una cuestión nuestra. Nosotros vigilábamos por la protección del clan y habíamos sido entrenados desde muy pequeños para hacer frente a estos lances. Por lo tanto, la idea de adentrarnos en espacios inexplorados, viéndonos perdidos del calor de los nuestros, de nuestras familias y de nuestros refugios, no era algo ajeno o desdeñado por nosotros.
Tras varias jornadas de viaje, cuando llegamos a las Tierras Altas, más allá del Valle de las Sombras, a través de un camino escarpado y peligroso (perdimos en este tramo a dos de nuestros mejores hombres), pudimos ver claramente la señal: una luz ondulante se esparcía en el interior de una profunda gruta y dejaba ver el resplandor desde el exterior. A medida que nos íbamos acercando, comprobamos que se trataba de una luz cálida, que pintaba de arrebol sus paredes. Prestos, nos dispusimos a adentrarnos al interior de la caverna, no sin tomar antes las debidas precauciones.
En el interior, un pequeño grupo de semejantes se disponían alrededor de la luz. Cuando se apercibieron de nuestra presencia, nos miraron minuciosamente y escrutaron nuestras intenciones. Viéndonos extrañados por el portento luminoso, como si un sol de pequeñas dimensiones se hubiese colado a través de la grieta de la sima, se fueron acercando a nosotros con una actitud simpática y alegre. También celebraban hallar a extranjeros y compartir experiencias.
Nos mostraron, ufanos, las obras que estaban realizando en el interior de la gruta. Se trataba de escenas de cazas, que pintaban con una arcilla oscura hecha de tierra y mezclada con diversos jugos. Y, finalmente, pasada por encima de lo que nos dijeron era “fuego”. Nosotros no habíamos visto antes ese fuego, sino al contemplar el astro luminoso del día. O acaso cuando el volcán soltaba sus escorias y lo inundaba todo de cenizas. Pero nunca lo habíamos tenido así de cerca. Y por supuesto, nunca lo habíamos usado para pintar en grutas. Nuestras chabolas las disponíamos en campo abierto, para estar siempre alerta al ataque de las fieras o agresores.
Antes de emprender la vuelta a nuestra aldea, decidí copiar en una piedra plana que arranqué de la ladera de la montaña, uno de los dibujos que habían dispuesto en las paredes. Elegí uno que representaba a un ciervo y su cría, porque me pareció una bonita estampa que mostrar a mi familia de lo que aquellos asombrosos hombres nos habían enseñado. Por supuesto, nos dieron un poco de aquel fuego y nos dijeron cómo mantenerlo vivo hasta que llegáramos a la aldea.
Al regresar de nuestro periplo, nuestras familias nos esperaban impacientes y, con el fuego en la aldea, cualquier sospecha del maleficio fue postergada al olvido más absoluto.

07/06/09

Cumpleaños. Trabajo Práctico nº 2

Debate: Trabajos Prácticos de Escritura Inicial (nº 1 y 2). Describe y desarrolla historias, anécdotas, situaciones o acontecimientos relacionados con el grupo de “CUMPLEAÑOS”. 

Una fecha para recordar, cada año, es la de nuestro cumpleaños. Pero entre todos, tenemos un cumpleaños que ha sido el mejor de todos. Hay un cumpleaños que les gana a todos. Un cumpleaños que guardamos especialmente entre nuestros recuerdos. Para mí, el mejor de los mejores cumpleaños fue aquel que celebré el día después de que nos dieran las llaves de nuestra casa. Fue un momento especial de reencuentro entre las familias, la tuya y la mía, un acercamiento entre dos mundos tan distintos como son los de nuestras respectivas familias. Celebraba mis 35 abriles ese mismo día y la tarde anterior recogimos en el notario las llaves que nos abrirían las puertas de la felicidad hogareña.
Hasta entonces habíamos tenido tan sólo un proyecto de hogar. Un proyecto que yo me había esforzado en materializar, abocetando sobre folios reciclados mis ideas de decoración para la futura casa. Diseñé un jardín de entrada, con su rampa y pasamanos, con un estanque que llenaríamos de carpas y al que adaptaríamos una fuente, para que nos regalara el constante sonido del agua al caer. Dibujé otras estancias de la casa, prestando especial atención al sótano, la niña de nuestros ojos, nuestra joya más preciada. Se trata de una estancia diáfana que hoy día es el centro de nuestro tiempo de ocio. Por eso queríamos que el sótano tuviera muchos ambientes distintos, como una habitación multiusos: el bar, para compartir unas copas con los amigos; la zona de proyecciones, para disponer de una fábrica de los sueños particular en casa; unas mesas para ordenadores y en lugar de honor, a lo largo de toda la pared del fondo, la imponente biblioteca de madera blanca de cinco cuerpos, con puertas de cristal. 
Hasta escogí el color de las paredes para cada una de las habitaciones, basándome en la tonalidad del arco iris: los siete consabidos colores, más dos colores neutros para darle paz y relax al salón principal. En esta estancia, fue tarea conjunta la de escoger el tono exacto del color azul del techo, entre marino profundo y cielo crepuscular. De esta forma, parecería que al descansar en nuestro sofá tras una dura jornada, pudiéramos tener la sensación de contemplar la rotunda belleza de un cielo a ratos sublime e inquietante, sobrecogedor y fascinante.
Hoy, ya ha pasado algún tiempo desde ese día, porque el tiempo corre a toda velocidad, como corre la Tierra, en un giro sobre sí misma, lo único que no nos damos ni cuenta. Pero todavía lo recuerdo como si lo estuviera viviendo. A la fiesta de cumpleaños asistieron nuestras familias al completo. Bueno, aquellos de nuestros hermanos que estaban más cerca. Los demás, me felicitaron por teléfono y así parecía que todos hubieran venido y hubieran disfrutado del pastel, de los refrescos, las risas y el calor de los bien allegados. Algunos de nuestros amigos hicieron acto de presencia, pero viendo el ambiente familiar, se retiraron pronto.
Tener a una gran cantidad de seres queridos tan cerca, era el mejor regalo que podía recibir ese año. Y junto con nuestra casa, ya no nos hizo falta más que empezar a disfrutar de nuestra vida en común. Ese fue el principio de la aventura en la que todavía estamos inmersos.

07/06/09

lunes, 7 de junio de 2010

Otoño. Trabajo Práctico nº 2

Debate: Trabajos Prácticos de Escritura Inicial (nº 1 y 2). Elaborar un texto con las palabras del grupo de “OTOÑO”. 

Todos los otoños me pasa igual. Al iniciar cada día, cuando todo el mundo comienza a abrigarse y les fustigan las primeras toses, yo me embuto en mi uniforme de explorador y me dispongo a cazar hojas muertas. Ya sé que todos por la calle me miran, restregándose las lagañas, que se quedan perplejos cuando me ven pasar hondeando mi cazamariposas. Y los más osados hasta me preguntan: ¿Adónde vas? A cazar hojas, les digo yo. ¿A cazar hojas? Sí, a cazar hojas.
No sé yo porqué a los demás no les pasa, pero a mí, cazar hojas me produce una intensa sensación de calma. Ya sea mientras estoy llevando a cabo mi gran tarea o mientras las voy clasificando una por una, una vez llego a casa.
Que digo yo: si otros coleccionan mariposas o escarabajos, y eso les calma el escozor del espíritu ¿Porqué no voy yo a poder cazar y clasificar hojas? Pero no hojas vivas, arrancadas a tirones de los árboles, que sería algo así como ir jalando pelos de la gente; sino hojas muertas y bien muertas. Ahora, eso sí, la gracia está en esperar el instante preciso en que la hoja cae de la rama y muy obediente se deja arrastrar por la brisa, en extático planeo. Ese es el exacto momento para salir de mi puesto y, red en ristre, recogerla con soltura, de un solo golpe seco, ¡Zas! , y a la bolsa.
Luego, cuando ya he acopiado un buen montón, me las llevo a casa y, con mimo, me dispongo a clasificarlas. En primer lugar, las distribuyo sobre la mesa, formando una curiosa alfombra variopinta. A veces tengo la sensación de que parecen contener mensajes, tal y como las he distribuido. Me fijo bien y quiero adivinar signos e ideogramas de culturas para mí desconocidas. Menos mal que estoy bien en mis cabales y que, como no sé interpretar ninguna lengua oriental ni lejanamente exótica, no puedo asegurar que realmente sean lo que me parecen. Pero casi, casi podría asegurarlo.
Una vez hecho esto, disfruto de la placidez del momento de la selección, un intenso regocijo al elegir la que será la representante especial en mi muestrario. Voy seleccionando tranquilamente las mejores de su tipo, el arquetipo más hermoso, según su forma, al modo de Platón: la aserrada, la extraña hoja digitada, la cuneiforme, con su particular forma de pico de pato y otras miles de formas. Todas ellas, bellos exponentes de una idea singular, una idea que me ayude a desentrañar la intrincada arquitectura del mundo. Mi empeño es que de la bella forma de las hojas muertas, intento captar su esencia y a través de ésta, por simpatía, llegar a la viva esencia de las cosas. Ese es mi afán y esa mi búsqueda.
Finalmente, en mi tarea, cuando tengo determinado a qué idea pertenece cada hoja, dispongo cada ejemplar en un cajoncito de cartón diferente, que pulcramente confecciono con mis propias manos. Y les pongo nombre de reinos remotos, de montes estratosféricos, de personajes de cuentos perdidos, de héroes mitológicos venidos a menos o de monumentos ya desaparecidos de la faz de la tierra. Nombres que no sugieren nada a quien los lee, pues todos ellos ya hace tiempo que no viven en nuestras mentes (como las hojas muertas dejaron de habitar la copa de los árboles), pero que, a mi entender, simbolizan la esencia extraída de cada hoja, su esencia más pura
Indefectiblemente, al final de cada día, y una vez he terminado mi labor diaria, me explayo un poco dando largos paseos a la luz del atardecer. Acabada ya la jornada laboral, con el sol declinando y mi ánimo expedito (yo diría incluso que hasta renovado, como en los inicios del día), vuelvo a disfrazarme de urbanita desalmado. Vuelvo a ser uno más que vive su otoño como lo viven todos.
Oteo el horizonte, veo bandadas de patos, charranes o zorzales que migran hacia tierras más apacibles, menos inclementes. Observo las nubes, con parsimonia y deleite, ora receloso, ora resignado. Advierto un tímido viento que va encrespando mi melena por momentos. Al rato, una fina manta de tibia agua va empapando mi ser y me insufla en mi fuero interno muy quedo, muy quedito, las órdenes y leyes que la Naturaleza, la gran poseedora de todos los secretos, tiene a bien revelarme.

7/06/09

Un gran fardo del tamaño justo y exacto de una persona

Debate: Imágenes sensoriales. Descripción de un objeto inanimado.

En una humilde tela de color blanco bastante raída, viene envuelto. Es un gran fardo, del tamaño justo y exacto de una persona. Pero que no contiene ya a una persona, porque ya no hay color de vida en esas sus carnes. Ya no brillan con chispitas sus ojos al contemplar el cielo azul, pues cerraron sus puertas y quedaron abiertos a lo desconocido. Ya no se agita su garganta al entonar el gorjeo de las risas: quedó muda, y muda permanecerá hasta que la rueda de su destino, según su karma, le haga cobrar vida en otro cuerpo. Ya no se oye la complicidad de sus confidencias cuando susurra sus silencios, algo truncó para siempre la placidez de esa dicha. Ni tan sólo el aire penetra ya en sus oídos y hace tañer el yunque con el estribo, transmitiendo los mensajes de otras voces amigas, compañeras de viaje. Se ha quedado completamente solo, ahora es un cuerpo solo, vacío de vida.
Después de ser transportado hasta la cima de un monte pelado, es depositado en el suelo y abandonado al regazo de las rocas por unos instantes. Tras tres días de velatorio, el cuerpo ahora está completamente frío. Y si no fuera eso bastante, ya perdió todo el calor que pudiera contener en el viaje ascendente hacia su calvario. Frío como un cuerpo arrojado a las nieves de la incomprensión.
En este instante, supura fluidos espesos y viscosos, que dejan unas manchas oscuras sobre la camisa del que lo vino transportando: la última huella que quedará de este cuerpo. Es el momento de preparar todo el ritual para el último viaje. Unos minutos en los que permanece retorcido y desmadejado, como un títere abandonado a la ligera en el cajón de algún comediante descuidado.
Mientras tanto, el sol le presta un poco de su tibieza, apiadado por la sempiterna estampa del vía crucis. Y el cuerpo vuelve a tomar entonces cierto calor. Esta vez, el efluvio exhalado del cuerpo, un hedor a muerte enmascarado en aceites y ungüentos en forma de sutiles partículas, asciende a los aires y busca el contacto con quienes han de dar fin a la tarea.
Tras unos minutos, el cuerpo es desprendido de su cáscara aprisionadora y expuesto sin pudor, en abierta lucha contra la decencia occidental, como fruta madura en el momento justo en que se está descomponiendo. Tal y como sería expuesto en el loco bazar de un demente.
Desde su posición fetal, se puede incluso adivinar cómo el púrpura intenso, como el profundo negro de la gruta de un lobo, hace alarde de su poderío y muestra sus territorios recién conquistados en el cuerpo. La lividez característica de este tránsito, compite a la par con tumefacciones escarlata, morados y hematomas.
La cara y el pelo delatan la edad avanzada del cuerpo: arrugas y canas, en un tropel desfigurado y grotesco, que ha poco que fueron facciones más afables. Los hombros y el torso, en contra de lo que cabría esperarse, todavía perviven al paso del tiempo y se muestran aún prominentes y carnosos, como si todavía pudiera incitar a los Hados a que se ceben con él, haciéndoles un último envite. La hinchazón que cubre la mayor parte de las extremidades inferiores delata una posible rotura de cadera en días recientes. Y los pies, que asoman bajo la brillante luz del sol, deformados por una vida hecha a fuerza de subir y bajar peñascos, recorrer veredas pedregosas, caminar sobre lasca y guijarros.
Unos minutos más, y el cuerpo es toscamente descuartizado. Y dejado al antojo de los buitres, los ángeles que danzan entre las nubes, que darán buena cuenta de él. Y con la carne se llevarán a los cielos el alma que habitó aquel cuerpo y que pronto migrará hacia otra forma de vida.

3/06/09